De repente, llegó la navidad


Sentí esa alegría de niño en navidad. No era la alegría de los regalos: era la alegría de la pompa, de los preparativos, de crear una atmósfera. Esa alegría reapareció muchos años después y la disfruto. Aunque la pompa es miserable -quizá más una burla kitch- es tan mía que me ha dado un gran sentimiento de satisfacción. Veo a las lucecillas chinas titilar suavemente, prenderse y apagarse en un ciclo que me parece infinito.
Esta sensación redescubierta me ha hecho comprender el porqué de la afición a los pesebres, árboles y miles de decoraciones. Ese afán de crear atmósfera, de poder cambiar con un objeto la cotidianidad, de evocar sentimientos superiores tiene que ver con nuestro anhelo de transformar nuestro mundo. Nunca lo había visto así: estaba ciego, como lo estoy a muchas cosas.
Eso me hace amar la Navidad, la posibilidad de crear un ambiente, de ser dioses que modifican a su voluntad tiempo y espacio. El poder de redimensionar el espacio y la mente ¿No es asombroso?
Recuerdo mi primera navidad en Guayaquil ¡Fue una de las mejores! Seducido por el ritmo vertiginoso de la ciudad, recorría de la mano de mi tía lidia los almacenes en los que compraba mercadería para su bazar. Yo estaba hipnotizado por esa mezcla de escaparates llenos de juguetes, gente yendo y viviendo y las baratijas relucientes de los puestos de comerciantes informales. De repente, esas noche de diciembre, ese desastre urbano de Guayaquil de los 90's se volvía una hermosa sinfonía. Todo ese desorden, sin perder su escencia parecía alinearse y formar la melodía de navidad. Aquellos puestecillos de luces brillantes se volvían una especie de altares de luz blanca y azul, como notas de esa sinfonía
¡Amo las luces de navidad! Brincan, saltan, juegan, bailan, rompen la monotonía con su belleza. Yo he escogido un juego de luces en forma de velas. En su significado espiritual las velas son iluminación y la espera de algo mejor...y quiero eso para mí.

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