Lo (im)políticamente correcto
Lo políticamente correcto es un arma de doble filo. En tiempos posmodernos
lo que puede parecer como bueno, sensato y justo termina convirtiéndose en
hipocresía. ¿Está bien ser Charlie cuando los que murieron eran personas que
objetivamente lucraban con la burla grosera hacia una cultura que no
comprenden? De repente lo bueno y puro de la corrección política se topa con el
relativismo moral. Como fruto bastardo de esta unión nace la moral de doble
estándar, una vieja amiga, aunque no muy querida.
El doble estándar no es nuevo, ni el
relativismo moral. Lo nuevo, el amante de turno es lo políticamente correcto.
La religión, el amante viejo, fue sustituida por uno más joven y cool: éste gusta
a todos por igual y no rechaza categóricamente a nadie. En el marco de lo
políticamente correcto todos encajamos, nadie sobra. Sin embargo, esta
inclusión es superficial. Este maravilloso cuadro termina siendo excluyente si
no es “aceptado”.
Esta aceptación nace al apego de algo que Lyotard llamaba “metanarrativas”
(verdades supuestamente universales absolutas o supremas). Si comulgas con la
metanarrativa occidental/animalista/pro-GLBTI/capitalista/feminista/democrática/platónica/judeocristiana
estás adentro. Si no, no sólo que estás afuera; sino que estás en contra de
todo lo bueno y puro del mundo. Lastimosamente es imposible ser
occidental/animalista/pro-GLBTI/capitalista/feminista/democráta/platónico-judeocristiano
sin vivir en una contradicción esquizoide ¿qué hacer para no estallar? Keep calm and hold on...
Esta mezcla pop que por pereza y economía del lenguaje denominaré “progre” tiene salidas mágicas para sus
contradicciones intrínsecas. En el caso GLBTI esta incoherencia se soluciona
mágicamente con el paradigma del “Marica Bueno”. El Marica bueno es un
ciudadano modelo, buena gente, profesional apasionado, amigo leal, portador de
una sensibilidad exquisita que le hace comprender el mundo de una manera
particular, inteligente,... ¡Ufff! Vaya, el amigo en cuestión hasta guapo es.
Cuando uno ve al marica bueno en TV es imposible dejar de vomitar arcoíris.
Porque el Marica bueno es un santo posmoderno, el estandarte de todo lo que se
desea, todo ello lo hace ser aceptado por todos y estar muy bien integrado. Sin
embargo, esta aparente percepción es un canto de sirena. El marica bueno es,
dentro de todo un ser asexual. Su condición homosexual en conflicto con los
demás elementos de la mixtura progre lo vuelve un eunuco. La sexualidad del
mariquita bueno televisivo es sólo una leve referencia.
El mariquita bueno de TV es un tele-eunuco: no puede expresar ni vivir su
sexualidad. Incluso en tiempos en los que un halo gay friendly parece cubrir los medios, vivimos una ficción de
aceptación. Esta ficción consiste en la aparente visibilidad y tolerancia, pero
no hacia una homosexualidad plena y libre. El precio a pagar es una sexualidad
Disney, edulcorada: disimulada de privacidad. ¿Cuándo oiremos al mariquita de
TV conversar abiertamente de su pareja como lo hace la maruja de turno?
Lo que se entiende por privacidad, no es otra cosa más que un hoyo negro
moral, que vuelve aceptable lo indigerible. Lo políticamente correcto, lo
progre se vuelve perverso en función de lo que esconde, de su doble estándar y
su cara más gentil: los “valores”. La moral progre alimenta su alienación con
principios judeocristianos que tan delicadamente llamamos valores. ¿Qué son los
valores? Un condensado de catolicismo. Así,
el amante nuevo no es muy distinto al viejo.
Los “valores” son la trampa, la evolución de la religión para parecer
políticamente correcta: un nombre-disfraz, para entrar en la mixtura progre. Lo
políticamente correcto no tiene reglas claras, o al menos no consecuentes entre
sí: sólo quiere una etiqueta nueva y atrayente que haga confluir dos sentidos
contrapuestos. Así de la nada, la religión puede tener bases marxistas (o
viceversa) y los GLBTI pueden terminar apoyando “sin querer queriendo” causas homofóbicas basadas en esquemas
religiosos que se han transformado en “valores”.
Ya nos está haciendo falta algún escándalo sexual entre alumnos de colegios
“emblemáticos” para traer a la mesa el tema de los valores. El guión ya está
establecido: se filtran algunas fotos de estudiantes teniendo sexo o simulando
tenerlo, sale en las noticias y empieza el escándalo que ya todos conocemos.
Dentro de él, hay algo que siempre me ha parecido cómico: la inextinguible
capacidad para escandalizarse que tienen algunos ¿todavía hay gente que se
perturba por esos sucesos cuando ocurren
tan regularmente? Son estos mismos escandalizados los que pugnan por una
educación en valores, que debe ser traducida y entendida como más religión y
oscurantismo sexual.
Ese mismo oscurantismo afecta y castra lo GLBTI, crea un cliché asexual que
debe ser aceptado por los mismos GLBTI.
Este cliché no repara, no comprende ni siquiera las diferentes entre
homosexualidad y transexualidad brindando a la sociedad un híbrido confuso que
se acepta de dientes para afuera. Lo literalmente surrealista es que rechazar
el cliché puede ser considerado como homofobia.
La construcción de identidades personales se topa con un modelo progre
que resulta grosero a la individualidad.
Lastimosamente es poco lo que se puede hacer desde la esfera personal. Es
más ni siquiera se puede llegar a un saludable punto medio que nos salve de la
ficción de lo políticamente correcto. A veces pienso que la única manera es
fingir, sucumbir a la hipocresía de lo progre porque parece menos malo que
volverse un purista reaccionario. Quizá la única salida al relativismo progre
sea más relativismo.
Sin embargo, éste no es un artículo existencialista o una denuncia a la
posmodernidad (por lo menos no es la intención), sino una denuncia hacia un doble
estándar castrante. La imagen GLBT
necesita más gente políticamente incorrecta, incluidos villanos de ficción y
gente despreciable de carne y hueso... creo que al menos podría matizar una
realidad GLBTI más compleja de lo que imaginamos
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