Cuento (Ni tan) Homo: El Paraíso Cruel, 1ra. parte

Tengo muchas dudas sobre publicar esto. En fin, aquí está sólo la primera parte; quin lo lea tiene la OBLIGACIÓN de dejar un comentario para saber si vale la pena acabarlo.

Paraíso Cruel
Él no perdía la oportunidad de verlo andar sobre la arena. Su paso desgarbado, con la cabeza en alto, el sutil balanceo de sus hombros; era todo un espectáculo. Ver a aquel pescador joven, alto y mulato era una entretención que pausaba el tiempo, lo volvía cadente. En su ritual voyerista, Alfonso –el mirón– no podía evitar que se le pusiese la piel de gallina.
La película de dos minutos siempre era la misma: el mulato aparecía por el lado izquierdo del marco de la ventana. En la lontananza se lo veía, con su típico caminar, a veces arrastraba una red con desgano. Mientras caminaba indiferente, el sol se reflejaba en su silueta como en un espejo ¡Qué gloriosa visión! Era lo único que valía la pena ver en ese pueblito isleño. Luego, daba la vuelta para perderse en uno de los callejones que ocultaban las casuchas destartaladas. Ahí acababa lo único bueno del día.
Los primeros días de su estancia en La Perla, Alfonso disfrutaba del paisaje de la isla, del ocaso, de la sinfonía compuesta por el golpe de las olas y el canto de los pájaros. Ahora ya no. Después de quince días toda la emoción que pudieron haber tenido estos elementos se había desvanecido. Le resultaba indiferente –y a veces irritante– el sonido del mar. Cuando uno se habitúa– pensaba él – el mar deja de ser interesante, suena igual al tráfico de la ciudad. Como sea, una de esas tardes sin gracia en la playa, y tratando de reencontrar la magia del mar, se fijó en aquel mulato. Alfonso no sabía quién era él ni cómo se llamaba. Ver aquel cuerpo fuerte y elegante caminar con aquel garbo abriéndose paso entre los pescadores le ofrecía algo interesante para mirar. Ya tenía algo para distraerse.
La distracción de aquellos minutos –y las extendidas posibilidades que éstos tenían– eran insuficientes para evadir la realidad. Después del mulato, el único entretenimiento posible era dormir. Sería tal su deseo de evasión que siempre conciliaba el sueño a pesar de dormir gran parte del día. No soñar y sólo tener el sopor vacío y negro de dormir sin sueños era lo ideal. “Nadie deja de tener sueños. Soñar que no se sueña… es sólo una ilusión. A veces soñamos sin luz. Los sueños negros son sólo la ausencia de luz. Los sueños siguen allí; es sólo que no podemos verlos”.
El mar era un interesante recurso onírico. El señor todopoderoso de La Perla no sólo demarcaba la vida de los pescadores, también irrumpía en los sueños de Alfonso. Sus sonidos eran el fondo musical de aquellos sueños que tenían luz, de los sueños que se dejaban ver. Cuando eran violentos, Alfonso estaba en la playa; temeroso de la gran ola que le arrasaría. Cuando éstos eran más tranquilos; Alfonso se veía desde lo alto, nadando en medio de la nada.
Hoy fue un día especialmente aburrido. Parecía que no sólo se detuvo el tiempo, sino que éste adrede retrocedía. En un día normalmente aburrido las horas eran como soldados que pasaban marchando. Pero hoy no. Hoy las horas eran una especie de turistas morbosos que se detenían a ver a un animal muerto en el camino; se detenían a saludar a su dolor. Él las veía; era un espectáculo preparado especialmente para él. “Cuando no hay nada que pensar, y ponemos atención, vemos al tiempo pasar frente a nosotros”. No le preocupaba, ni se desesperaba por ello. No había por qué… era sólo tiempo.
El auto avanzaba y él sólo sentía aquella mano en su entrepierna. Gozaba. Primero, tímida sobre la rodilla; después segura y ansiosa. Subía, subía y Alonso sentía florecer sus sentidos. La primavera había llegado. De manera sincronizada, sus manos, su pelo, sus ojos, todo él era absorbido por aquella sensación. De repente, la luz, el ruido y la gran ola.
Un instinto primario lo impulsó a salir de la cama, a levantarse y correr lejos de allí, antes que la ola lo alcance. Se despertó sudoroso y quiso correr. Levantó las sábanas pero era muy tarde; allí estaban los muñones. La pesadilla había llegado antes que él. Sin Saber qué hacer sólo volteó para un lado y empezó a observar las extrañas siluetas que la humedad formaba en la pared. Del moho y la humedad que carcomían el cemento aparecieron dos caras deformes. Más a la izquierda, cerca de la puerta, apareció dibujado en el fondo celeste un gato sin cabeza. Trataba de encontrar más figuras, pero no aparecieron más. Finalmente el sueño se fue apoderando de él. Se cubrió cuidadosamente con la sábana, tratando de no ver los muñones, y se acostó. No podía correr, la única manera de escapar era seguir durmiendo.
– ¿Aún no te despiertas? ¡Ya son las once de la mañana! – Alfonso abrió los ojos con fastidio. Sencillamente no aguantaba esa vocecita tan fastidiosa. En otras ocasiones pudiera haberla tolerado unos minutos más, pero hoy no estaba de humor.
– A mí me daría vergüenza estar todo el día acostada sin hacer nada. Tú estás allí acostado sin condolerte de nosotros. ¿Sabes? No somos millonarios, tenemos cosas que hacer… ¡y el señor está allí acostado!
– ¡Tienes razón! Pásame los zapatos y bajo al comedor ¡Ay, me olvidé! No tengo pies; ni siquiera rodillas– dijo Alfonso con un cinismo tan visceral. – No importa, ¿Qué te parece si me arrastro hasta la iglesia y pido caridad? –. La miró fijo a los ojos. Su mirada era de desafío y desprecio. ¬– Tú dices que los limosneros de la iglesia son “riquísimos”, que tienen casas enormes y haciendas, que sólo son estafadores que se aprovechan de la buena voluntad de la gente. ¿Por qué mejor no me hago limosnero? Así ya no tendrías que preocuparte por el almacén–.
Ella lo miró con rabia. Frunció el ceño. Las venas de su cuello comenzaron a brotarse en un rictus de ira; era evidente que iba a hacer erupción. – ¡Doña Carmita! La busca Francisco; dice que es de urgencia ¡Doña Carmita baje por favor! –. Su expresión cambió rápidamente. Volteó la cara para ver de dónde venía el sonido. Ahora su rostro mostraba desconcierto; Francisco no vendría a no ser que fuera una emergencia. Se fue, abandonó rápidamente el cuarto dejando la conversación inconclusa.
El martilleo de los zapatos de Carmita sobre la duela se disolvía con la distancia hasta desaparecer. Cuando ya no alcanzó a oírlos, Alfonso reflexionó sobre lo que había dicho antes. La maldita le había hecho decir lo de sus piernas; era la primera vez que decía algo sobre ellas. Alfonso trataba de no verlas, de no tocar sus muñones, de no relacionarse con esa realidad terrible. Quizá fue la falta de un buen argumento para pelear por lo que dijo eso. Ése fue un recurso inesperado; algo que no estaba en su repertorio. Evidentemente lo de las piernas era un buen recurso para cabrearla, para que se le amargara el día; pero a la vez era un recurso doloroso para él. Podría decirle lo de las piernas, pero eso implicaba aceptar la verdad que estaba tratando de evitar. En algún momento el deseo de desentenderse de su cuerpo no le alcanzó ante la realidad de su cuerpo mutilado.
–Puta de mierda– pensó para sí –Por lo menos me has dado algo interesante en qué pensar: cómo amargarte el día. Comenzó a pensar en Carmita, la zorra arrogante que tenía por hermana ¿qué defectos podría encontrarle? Físicos, ninguno. Ella tenía esa imagen tan perfecta y artificial de muñeca de porcelana. Quizá esa vocecita chillona e insoportable de niña buena. La próxima vez que se asome le haría ñañaras y repetiría todo lo que ella diga imitando esa voz tan ridícula. Alfonso estuvo entretenido gran parte del día hilvanando las futuras peleas con Carmita.
Cuando la tarde ya caía se dio cuenta que era hora de ver al mulato. Quiso verle pero se contuvo. Quería que ese espectáculo, “la gloriosa visión del sol reflejándose sobre su piel como en un espejo…. Etc., etc., no se volviera monótono. Lo vio todos los días de la semana pasada. Desde que descubrió al moreno caminando sobre la playa sintió la necesidad de verle, de recrearse con su cuerpo… pero ahora temía que eso llegase a fastidiarle. Decidió que debía dosificar al moreno; no sabía cuánto tiempo estaría en La Perla y no quería hartarse de él.
Pese a todo, las ganas le comían. Intentaba concentrarse en cualquier otra cosa, quería distraer la mente. Buscaba las caras raras y al gato sin cabeza que la humedad dibujaba en la pared. Miraba la pared escrutando cada defecto, cada posible forma rara que apareciera ante sus ojos para luego desvanecerse o transformarse en otra forma aún más rara. – ¿ya habrá pasado? Quizá aún no, ¿Y si me acerco? No, mejor no–. Miraba esta vez con más desesperación la pared. – ¿A dónde se habrán ido las caras raras y el gato sin cabeza? –. Una voz dentro de sí, aún más profunda que la primera le respondió –Se fueron a ver al mulato, Imbécil ¿y tú qué esperas? Ya mismo se te va–.
–Apúrate, todavía no llega. Date la vuelta y míralo–. Decidió no hacerle caso a la voz. No podía dejar de oírla; no podía poner su mente en blanco y simplemente ignorarla. Cuando ponía la mente en blanco, la vocecilla era más fuerte. Podía callar a la primera voz, porque eran sólo sus pensamientos; pero a la otra no. La segunda, la vocecilla que no podía callar, estaba más adentro y era más fuerte. –Ya está pasando ¡Voltéate! –. Alfonso, no hizo nada… se quedó acostado, de espaldas a la ventana, como un muerto con los ojos abiertos. – ¡Voltéate! , ¡Voltéate! –. No hizo nada, seguía como muerto, con la mirada vacía. – ¡Se va, se va! ¡Date la vuelta, míralo!¬–. Al tercer aviso, Alfonso estaba igual; como un muerto que aún no se ha dado cuenta que está muerto. Un muerto en el umbral blanco y vacío de la consciencia. – ¡Se fue! Te perdiste de lo mejor del día–. Sentía que la vocecilla no iba a parar. Esta vez irrumpió la primera voz, su voz. –Y si me harto de él ¿qué? Quiero dejar algo para lo otros días. Todavía no sé que lo que debo hacer–. La vocecilla desapareció ante este racionamiento. Volvió en sí y aparecieron nuevamente en la pared las dos caras y el gato sin cabeza.

Comentarios

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  2. naaaah... pues tons q mimo...? crucese la 2da part---> stoy mas perdido q Alfonso buscando al gato sin cabeza ;)... ta interesant y quiero saber si alfonso sale d su casa... :) x cierto.... desconocia d tu blog hasta hace un rato jeje casi dspues d 2 años...

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