Homocausto

[Con este artículo quiero honrar la memoria de las víctimas homosexuales del Holocausto y de todos los que aún mueren a manos de la intolerancia]


Violentamente le pusieron un cubo de hojalata sobre la cabeza. Azuzaron feroces pastores alemanes sobre él: los perros guardianes primero le mordieron en la ingle y las pantorrillas, luego lo devoraron delante de nosotros. Sus gritos de dolor fueron ampliados y distorsionados por el cubo de hojalata en el que su cabeza permaneció atrapada. Mi cuerpo rígido se tambaleaba, mis ojos de par en par por tanto horror, lágrimas corrían por mis mejillas, rezaba fervientemente que se desmayase pronto.
Desde entonces, todavía me despierto a menudo gritando en medio de la noche. Durante más de cincuenta años esa escena se ha repetido incesantemente ante los ojos de mi mente. Nunca olvidaré el bárbaro asesinato de mi amor — ante mis ojos, ante nuestros ojos, porque había cientos de testigos.

Testimonio de Pierre Seel

A pesar de mi escepticismo, creo que nadie muere sin justificar de algún modo su paso por este mundo (lo siento, sé que es algo determinista). La semana pasada murió Rudolf Brazda, el último sobreviviente homosexual de los campos de concentración nazis. Brazda “no murió en la víspera”; durante 66 años dejó constancia de los horrores que él y muchos otros sufrieron por ser homosexuales. Él Murió a los 98 años dando el testimonio de lo que no podemos dejar que pase de nuevo.
La triste historia de Brazda y todos los que murieron en los campos de concentración no sólo merecen respeto y memoria; también merecen nuestra acción decidida para evitar repetir los mismos errores. Hoy, en este mundo de globalización, de sexo fácil e internet, sentimos que la letra muerta que aparentemente nos protege es una garantía de vida e igualdad. En este oropel de marchas de orgullo, discos gais y visibilidad televisiva vemos lejana la posibilidad que tales atrocidades vuelvan a repetirse. ¡Craso error! Berlín era el centro de la vida gay europea de aquel entonces. No sólo eso: existieron instituciones que abogaban por las mismas cosas que pedimos hoy. Poniéndolo en perspectiva: Berlín en aquel entonces era más “gay-friendly” que Buenos Aires, Sao Paulo o Ciudad de México (por razones más que obvias pongo esas ciudades y no Quito o Guayaquil)
Y así, de repente, todas las cosas malas que ni siquiera pueden imaginarse sucedieron. Creo que la única respuesta que explique los alcances que tuvo el nazismo es el odio al prójimo. Y ese odio, que en nuestro caso toma el nombre de homofobia, ha estado presente siempre. En realidad no estamos a salvo. No podemos decir que esto no se repetirá; el mismo caldo de cultivo que generó toda esta animadversión aún sigue presente.
Aún vemos políticos que defienden lo indefendible para obtener votos. Todavía existen religiones cuyas fantasías fomentan la intolerancia y un pensamiento medieval. También existen grupos y personas que promueven abiertamente el odio, la discriminación y el rechazo. Y lo peor de todo: hay maricones que creen que esto nunca les va a afectar.
El enfoque reproductivista y fanático que exige “valores morales y a Dios en las aulas” es tan peligroso como el politiquero que busca votos en compromisos que nunca existieron. Los primeros odiándonos abiertamente. Los segundos, maldiciendo entre dientes, con una sonrisa falsa y prometiendo paraísos que aún no vemos. Curas y pastores hipócritas que encubren odio con un mensaje “de amor y perdón”. Oligarcas, hijos de un statu quo racista e injusto. Politiqueros oportunistas que decididamente abrazan a iraníes que matan a homosexuales, pero que titubean a la hora de defender a los maricas…. ¿En verdad creemos que esto no puede suceder otra vez?
El desconocimiento y la inacción es un insulto a la identidad propia. Pasar todo esto por alto y creer que nunca te va a afectar, es complicidad. 

Nunca, nunca olvidar

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